Ronald Vargas es el chamo de moda. Su talento, su inteligencia, su irreverencia y su desparpajo lo han convertido en el jugador más descollante de Venezuela en las últimas semanas. Y sólo tiene 21 años, seis partidos con la absoluta y sólo uno oficial: el del sábado pasado.
¿Quiénes pueden alcanzar cotas tan altas en un tiempo tan extraordinariamente corto? Los que pueden. Y los que pueden son los distintos. Vargas es distinto, y día tras día deja más pruebas de ello.
Con su gol ante Brasil, y luego el de Uruguay, opacó hasta a la máxima estrella criolla del último año, Giancarlo Maldonado (que también marcó ante la canarinha, pero su clase ya no es algo sorpresivo) y, sobre todo, a Juan Arango, quien desde mucho antes de la Copa América deambula sin trascendencia vestido de vinotinto. Y, ahora, con la banda de capitán, su displicencia y pobre impacto es más alarmante.
Vargas es la brisa fresca que gestó un fútbol venezolano distinto, ese que ha crecido en el nuevo siglo. Ese que ha alimentado a la nueva generación con victorias, con resultados. Y su ascenso, meteórico, no se quedará aquí. Lo vi por primera vez en 2004 y, desde entonces, no se ha detenido. Ha ido cada vez más rápido. Y, además, cada vez mejor.