domingo, junio 15, 2008

Chamito candela


Ronald Vargas es el chamo de moda. Su talento, su inteligencia, su irreverencia y su desparpajo lo han convertido en el jugador más descollante de Venezuela en las últimas semanas. Y sólo tiene 21 años, seis partidos con la absoluta y sólo uno oficial: el del sábado pasado.

¿Quiénes pueden alcanzar cotas tan altas en un tiempo tan extraordinariamente corto? Los que pueden. Y los que pueden son los distintos. Vargas es distinto, y día tras día deja más pruebas de ello.

Con su gol ante Brasil, y luego el de Uruguay, opacó hasta a la máxima estrella criolla del último año, Giancarlo Maldonado (que también marcó ante la canarinha, pero su clase ya no es algo sorpresivo) y, sobre todo, a Juan Arango, quien desde mucho antes de la Copa América deambula sin trascendencia vestido de vinotinto. Y, ahora, con la banda de capitán, su displicencia y pobre impacto es más alarmante.

Vargas es la brisa fresca que gestó un fútbol venezolano distinto, ese que ha crecido en el nuevo siglo. Ese que ha alimentado a la nueva generación con victorias, con resultados. Y su ascenso, meteórico, no se quedará aquí. Lo vi por primera vez en 2004 y, desde entonces, no se ha detenido. Ha ido cada vez más rápido. Y, además, cada vez mejor.

lunes, junio 02, 2008

La comba del título


Mientras el Teamgeist rojiblanco volaba sobre el gramado del repleto Olímpico, la tensión de que ese balón definiera todo acalló hasta el bullicio más insoportable. Como cuando le ponemos el “mute” al televisor, todo se veía más lento, más silencioso, más decisivo.

Villafraz, expectante, veía cómo su tiro adquiría vuelo y efecto. Ni el viento caraqueño, cómplice del rojo, logró desviar lo inevitable. Ese Teamgeist, siguiendo las órdenes del pie derecho del talentoso merideño, viajó hasta la red rival. Vicente Rosales no pudo compensar su mala colocación con una volada. Pero es que ni Aquiles, el de los pies ligeros, alcanzaba ese puñal esférico.

Sin querer quedar como los antipáticos “especialistas” que se la dan de pitonisos (“yo lo sabía”, dicen siempre), ese golazo que hizo gritar a casi cinco mil aurinegros en Caracas, y a quién sabe cuántos cientos de miles en los Andes, dejó una estela de campeón. Sacudió los cimientos de la confianza del Caracas, fortaleció las bases de un implacable Táchira y dejó una sensación de que poco más podía hacerse. Era irreversible.

Terco, “Chita” Sanvicente no dejó que esa sensación lo hiciera esclavo. En Pueblo Nuevo envalentonó como siempre a los suyos y les dijo que nada era imposible. Con actitud y carácter, lucharon hasta morir ante su rival; pero murieron. Con honor, pero cayeron. La actitud y el carácter no bastaron. Enfrente estaba un enemigo forjado en las batallas más crudas, inteligente a toda prueba y alimentado por el hambre de títulos.

Una lucha intensa, inolvidable, que una comba definió antes de lo pensado.
Foto: Édixon Gámez / Líder en Deportes